16 de septiembre de 2018.- La Gimnástica cae a los puestos de descenso tras enlazar ante el Vitoria su segunda derrota y sumar dos puntos de los doce posibles.
Adela Sanz (El Diario Montañés).- Pocos se acordarán de que el Tropezón, a finales de octubre de 2016, fue el último equipo que había logrado ganar en El Malecón, pero seguro que casi nadie recuerda la última vez en que la Gimnástica perdió dos encuentros consecutivos en competición oficial. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Tanto, que esta derrota ante el Vitoria (0-2) resulta a un tiempo extraña y especialmente dolorosa porque golpea tanto en la memoria como en la identidad de un equipo obligado después de este golpe a asimilar lo ocurrido, aprender de sus errores y recomponerse.
Hasta ahora los aficionados habían visto la mejor cara de los suyos. Ese rostro de conjunto vencedor y seguro de sí, casi invencible, que había superado los obstáculos con la seguridad de quien se siente fuerte y a salvo de los golpes del destino. Pero, tras dos derrotas seguidas, con El Malecón sin su halo de imbatible y desde la zona baja de la clasificación, con dos puntos en cuatro jornadas, tendrán que vérselas con un rostro hasta ahora desconocido. Los blanquiazules, emulando los héroes de las antiguas epopeyas, deberán sortear, de ahora en adelante, decenas de trampas y pruebas, conscientes de sus debilidades y de que gracias a ellas tienen la oportunidad de crecer y demostrarse a sí mismos que merecen estar ahí.
Pablo Lago dispuso un esquema distinto al que suele emplear en casa. En esta ocasión, debido tal vez a la preferencia del rival por un centro de campo con cinco futbolistas o a la ausencia de Rubén Palazuelos, el entrenador asturiano optó por un 1-4-1-4-1, con Cusi por detrás de la dupla formada por Victor y Alberto, con Hugo Vitienes en la banda derecha y Rozas en la izquierda. El propósito no parecía ser otro que ganarle al rival la partida en la zona media evitando quedar en inferioridad y de paso cerrarle la salida a los dos mediocentros rivales. El estudio de las condiciones del rival y la adaptación del equipo a las mismas se ha convertido en uno de los rasgos que caracterizan a la Gimnástica en este inicio de temporada.
Ninguno de los dos equipos consiguió hacerse con el dominio de la posesión en el inicio del choque. Los blanquiazules, eso sí, presionaron a los vitorianos en su propio campo, con el propósito de arrebatarles cuanto antes la posesión, algo que ya hicieron con éxito en el anterior partido de casa, ante el filial del Athletic. En el primer cuarto de hora apenas hubo acciones de peligro para ninguno de los dos equipos, más allá de un centro de Docal al área que desvió Areitio, un remate alto de Txaber y un contragolpe que ejecutaron Víctor y Vitienes que terminó despejando el lateral derecho Sergio Camus.
Sin dueño claro
Sin un dueño claro del partido, éste transcurrió casi hasta la media hora con ambos conjuntos intercambiando golpes. A un par de acciones protagonizadas la primera por Vitienes y la segunda por Rozas, les siguió una jugada de Miguel Mari, a quien se le adelantó Luis Alberto cuando se disponía a chutar a portería. A pesar del mayor tiempo de posesión para el Vitoria, los torrelaveguenses no se sentían incómodos en su papel, defendiendo con orden, ejecutando con disciplina los movimientos en la presión y buscando el área con un juego directo y vertical.
Así estaban las cosas cuando se rompió el equilibrio. En una acción de estrategia, el equipo visitante, tras un remate en primera instancia de Sergio Camus rechazado por la defensa gimnástica, Jaime Dios golpeó el balón antes de que éste tocara el suelo y lo puso en la escuadra. Un remate potente y colocado ante el que nada pudo hacer Álex Ruiz. Por primera vez en la temporada los blanquiazules comenzaban perdiendo -en Irún (1-1) y Tudela (2-1) marcaron primero- y debían afrontar una remontada.
A pesar del gol, la Gimnástica no se descompuso y trató de seguir fiel a su juego, pero no dispuso de oportunidades para lograr el empate, más allá de un remate de Barbero que despejó un defensa. Bastante tuvo, no obstante, con no recibir el segundo poco antes del descanso, cuando de nuevo Jaime Dios, esta vez de cabeza, a punto estuvo de marcar. Por fortuna para los cántabros, el balón se fue por encima del larguero.
La Gimnástica retornó al césped con una misión por cumplir y tres cuartos de hora por delante para lograrlo. Su vuelta, sin embargo, fue lenta, y solo Diego Rozas, en los primeros diez minutos, dispuso de una oportunidad para marcar, con un remate que despejó Sergio Camus. En estos primeros lances el juego careció de la soltura de la primera mitad, con más interrupciones y el Vitoria con un ojo en el césped y el otro en el cronómetro, empezando a echar cuentas.
Ese estado de calma chicha no le convenía a la Gimnástica y por ese motivo Lago optó por mover sus piezas e introdujo a Primo en lugar de Víctor buscando un juego más ofensivo, sacrificando el poderío del centro del campo en pos de un compañero para Barbero arriba. Pero como la vida acostumbra a transcurrir por una senda diferente a la de los planes de los hombres, el filial del Eibar respondió con otro gol. El segundo, el que ponía la victoria en un punto casi inalcanzable. El que logró Ribeiro, quien aprovechó un error de la zaga blanquiazul para recoger el balón que había despejado Álex Ruiz y enviarlo al interior de la portería.
Los blanquiazules se hallaban ante una situación que apenas recordaban, con dos goles en contra y menos de media hora para ponerle remedio. Fue Barbero quien protagonizó el intento de acortar la desventaja, sin éxito. Primero con un tanto que le fue anulado por fuera de juego y más tarde con un lanzamiento que se le fue por encima de la portería.
En el tramo final del encuentro la Gimnástica se lanzó a por todas en un intento desesperado por lograr al menos el empate. Pablo Lago introdujo a Cagigas y recurrió a los balones largos. Perder el control del centro del campo, a esas alturas, ya era lo de menos. De lo que se trataba era de marcar y lo de menos era la forma de lograrlo. Y llegaron ocasiones, pero faltaron el acierto y la fortuna. Primero Luis Alberto cabeceó fuera un saque de esquina. poco después, en otra acción a balón parado, el peligro se diluyó como azúcar en el agua y a falta de un minuto para el final, Fermín envió fuera el último aliento de esperanza. La derrota había tomado cuerpo. Era sólida y tan real como dolorosa.