Foto: L. PALOMEQUE
Adela Sanz (DM).- Dejar las cosas para el último momento no suele ser la mejor solución, aunque a veces funcione. Encomendarse al atracón la noche antes del examen es la opción a la que recurren los estudiantes mediocres para salvarse del incendio, pero no suele servirles para otra cosa que no sea lograr un aprobado raspado. Entregar el propio destino en manos de la providencia es un recurso de urgencia del que no conviene abusar porque aquella no suele mostrarse benevolente más que en un puñado de ocasiones. Y es que la Gimnástica dejó toda la emoción para el final. Después de pasarse casi todo el partido sin que sucediera nada relevante, más allá de media docena de ocasiones sin demasiado peligro entre los dos equipos, tuvo que acelerar el paso en los últimos diez minutos para salvarse del desastre y no volarse la cabeza en el peligroso juego de la ruleta rusa que es confiarlo todo a la última acción del partido.
No jugó mal el conjunto torrelaveguense, pero a punto estuvo de pagar cara su falta de acierto arriba, que sigue siendo una de las asignaturas pendientes. Y si no llega a ser por la acertada acción de Primo, que entró por Vitienes un cuarto de hora antes del final, el punto logrado frente al Real Unión –que no es una cosecha excelente, pero sirve para ir tirando–, se habría convertido en otra derrota en casa. Empatar por segunda vez como local no es lo ideal para remontar en la clasificación, pero vale para mantenerse a flote.
Pablo Lago expuso el planteamiento inicial esperado, con un esquema táctico de tres atrás –segunda titularidad consecutiva de Ramiro, que ha llegado para quedarse en el once– y con la presencia de Alberto Gómez en lugar de Rubén Palazuelos como elemento a subrayar. Por lo demás, sin sorpresas en una alineación en la que no faltaron los habituales de los últimos encuentros, con Fer y Fermín pegados a la banda, Vitienes y Víctor de apoyo en el centro del campo y Nacho Rodríguez, arriba.
Cambios en el once
De nuevo el técnico asturiano demostró cautela al confiar en aquello que le está saliendo bien. Fue prudente y renunció a su deseo de que el equipo sea más incisivo arriba, algo que en anteriores ocasiones no ha funcionado y que además ha provocado un desajuste defensivo. En otras palabras, que en lugar de fortalecer el juego del equipo lo ha debilitado. De ahí que en esta ocasión optase por renunciar en cierta forma a su ambición ofensiva, poniendo por delante la seguridad atrás, fiel a uno de sus lemas de este curso: lo primero es no encajar.
La Gimnástica no es un equipo defensivo, de todas formas. Esa seguridad no procede de la acumulación de efectivos por detrás del balón ni de poner un muro delante del área, sino de una forma de jugar en la que se asumen ciertos riesgos en ataque –por ejemplo cuando ambos laterales suben y el equipo se queda con tres atrás– pero se presta especial atención a la defensa, presionando desde arriba, empezando por Nacho Rodríguez, tratando de asfixiar al rival hasta que comete un error. No es el miedo la emoción que guía a los blanquiazules.
Jugando de esta manera, los futbolistas se sienten seguros y esa confianza se percibe en su juego. Cada uno conoce su cometido y desde el inicio eso es algo que se ve. La Gimnástica se mueve a ritmo de un oleaje aparentemente monótono que va erosionando la resistencia del oponente, mientras aguarda un error, un despiste, un resquicio por el que colarse. Este guión se cumplió casi letra por letra durante una primera hora de partido en la que apenas sucedió nada relevante, más allá de una ocasión de Nacho Rodríguez tras un rechace de la defensa. El equipo, con las líneas más arriba de lo usual, apenas cedió ocasiones al Real Unión. Un despeje por la línea de fondo de Ramiro tras un centro de Eizmendi y un remate al primer palo de Senar en el siguiente saque de esquina fue todo lo que expuso el conjunto de Irún. El último cuarto de hora de la primera mitad deparó poco más. Un centro de Vitienes, muy activo en ataque desde el principio, jugando casi de segundo delantero en ocasiones, que desvió Estrada, una gran intervención en defensa de Borja Camus, un balón en el área visitante al que no llegó por centímetros Ramiro y un lanzamiento potente de Ekhi Senar desde fuera del área que se marchó rozando la escuadra. Poco bagaje ofensivo el de ambos equipos hasta el descanso, en un período en el que los torrelaveguenses, fieles a su estilo, anularon al rival y se asomaron un par de veces al área contraria, con más intención que peligro real.
Llegan los goles
Los equipos regresaron al césped sin cambios en su alineación y con un planteamiento idéntico al de la primera parte. Juego lento, algo pesado y pocas ocasiones. La primera de los guipuzcoanos, eso sí, casi se le atraganta a la Gimnástica, con un balón que llegó a su área pequeña y golpeó en uno de los postes tras una buena acción de Urkizu. Sin duda la mejor ocasión del partido hasta ese momento, a la que respondió poco después Vitienes, que probó a Irazusta desde la frontal. Pero después de ese par de ocasiones regresó la calma a un encuentro que no deparó nada de interés en los diez minutos siguientes.
La Gimnástica quería más, o al menos lo aparentaba. Probó a balón parado, con un lanzamiento de falta que ejecutó Borja Camus. Buen tiro el del capitán, pero Irazusta, sensacional de reflejos, lo despejó. El tiempo pasaba y parecía que no iba a suceder nada hasta que ocurrió. Centro desde la banda, toca Orbegozo y balón que le llega a Ekhi Senar, que consigue adelantarse a toda la defensa gimnástica para batir a Álex Ruiz. Poco pudo hacer el guardameta para evitar un tanto que, a falta de más de diez minutos para el final, complicaba el futuro a una Gimnástica.
Los de Lago se veían forzados a recurrir a un golpe de fortuna para salvar, al menos, el empate. Acudir a la diosa Fortuna es un buen recurso cuando apenas quedan esperanzas y a los torrelaveguenses, fieles devotos, no les suele ir mal. Primo, en la última jugada del partido, hizo estallar de alivio a los aficionados e hizo realidad lo que parecía imposible. El delantero marcó un gol que fue la materialización de la voluntad de un equipo y de unos seguidores que no bajan los brazos hasta que el árbitro pita el final.