Marcos Menocal.- Los torrelaveguenses logran un empate que les da el pase tras sufrir mucho ante un Rayo Cantabria que fue mejor y más atrevido
19/07/2020.- La Gimnástica estará el sábado en la final de este play off fratricida exprés después de dejar apeado a un Rayo Cantabria eléctrico y descarado que sin la mitad de los efectivos le hizo sufrir más de la cuenta. El filial del Racing puso el fútbol y los torrelaveguenses el oficio a cuentagotas. La fortuna y el atrevimiento de Saúl forzó un penalti salvador que empató la contienda y le dio el pase a la final, pero si quiere superar al Laredo deberá estudiar mucho más.
«¡Que se note quien se juega algo!» gritó Lavín. Sus palabras retumbaron con clarividencia en el silencio obligado del Fernando Astobiza. Nadie se quedó sin escucharlo. El portero de la Gimnástica recordó con su arenga prepartido la verdadera esencia del duelo en Sarón. Su equipo, la Gimnástica se jugaba un pase a la final y su rival, el orgullo y el amor propio de los jovenes jinetes del Racing. En ningún lugar está escrito cuál de las dos circunstancias tiene más importancia. Todo depende del quién y de cómo se mire…
Y así las cosas –no es la primera vez que ocurre— el filial del Racing se cruzó en el camino de la Gimnástica sin nada que perder y sin siete de sus futbolistas más importantes, convocados en la despedida del Racing ante el Rayo Vallecano. Con esta decisión de llevarse Oltra a los chavales para jugar en Segunda División, quiso el club verdiblanco mandar un mensaje a su rival, pese a que el Laredo –el finalista del sábado– podía sentirse enojado.
Hasta que arrancó el partido todo eran divagaciones y comentarios, cuando echó a rodar el balón nadie se preocupó más de que de ganar. Algo que se agradeció. Y el fútbol tiene sus propias manías; si ya el Laredo le ganó el día antes al Tropezón sin ser mejor del todo, el Rayo le quitó el balón a la Gimnástica y la hizo correr como quien no sabe a donde va sin más premio que la satisfacción personal. Que no es poco. Los torrelaveguenses se presentaron anestesiados; sin piernas, sin intensidad y con más dudas que Santo Tomás. Palazuelos le pedía calma a los suyos en busca de una mesura que les diera lo que no tenían. Por no tener no tenían nada. Ni prisa, porque pese a todo el empate –arriesgado objetivo– le servía para pasar de ronda. Un susto de Musy y una jugada de Pablo Torre le metieron a los blanquiazules en su área. Extrañados se miraban los unos a los otros. La Gimnástica se veía superada. Hicieron falta más de veinte minutos para que los blanquiazues entrasen en el partido. A remolque y sufriendo llegaron tarde, pero por fin ocuparon su sitio. Antes tragaron saliva apurados con un lanzamiento de Pablo Torre que rozó la madera.
Ni Cusi ni Palazuelos tapaban un centro del campo en el que se filtraban pases con más facilidad de la esperada. El fútbol lo ponía el Rayo, que se adueñó del centro del ring y le puso a correr a la Gimnástica como el aspirante que ni se acerca al campeón.
Sin ocasiones el fútbol es como los versos de un soneto escritos en mayúsculas. No transmite. No es lo mismo. Con orden, disciplina y seriedad este deporte se convierte en uno de esos juegos que manejan los chavales y que le aparta de la realidad. Fútbol teledirigido. Pero a la Gimnástica no le daba para más. La hermética y estudiada pizarra de Mateo García no funcionaba y pàsada la media hora se terminó por apagar. Jerín se inventó una genialidad desde treinta metros para quitarles el color a los gimnásticos. Zapatazo inapelable que celebraron en Laredo. Con el 0 a 1, los pejinos eran equipo de Segunda B sin jugar la final.
A la Gimnástica le pasó lo que a un estudiante con mala suerte, que tras estudiarse el temario el profesor le sorprende con unas preguntas de esas que requieren ser leídas varias veces. Lo mejor que le podía pasar es que el partido le diera una segunda oportunidad. Que se parase para estudiar. Y eso fue lo que ocurrió con la llegada del descanso. Le salvó los muebles a un conjunto blanquiazul que obligado a correr para atrás no lograba corregir nada de lo que hacía mal.
La banda izquierda del Rayo, con un Puras muy activo, y la facilidad con la que Pablo Torre recibía entre líneas desesperaba a sus rivales. La poca intensidad con la que se jugaba beneficiaba al que no se jugaba nada, que se envalentonaba casi sin darse cuenta.
Oficio, a cuentagotas
El entretiempo es una herramienta que además de para descansar permite al entrenador que se haya equivocado remediar parte del entuerto. La superioridad del Rayo era suficiente aval para que Mateo García diera el paso adelante que no quiso de inicio. Prefirió salir comedido y a la expectativa y le regaló demasiado campo a un rival que sin ninguna presión hasta se gustó.
La Gimnástica vive sometida a esa tradición que le obliga a huir de Tercera permanentemente, quizás por eso en la segunda parte salió un poco más envenenada. En treinta segundos hizo más que en 45 minutos; Ito tuvo en sus botas el empate y fue Lucas el que en posición acrobática truncó sus planes.
Sin embargo no era la tarde de la Gimnástica. Iba a tener que apelar a eso que no se entrena para superar un duelo desigual que seguía teniendo el mismo dueño. ‘Pitu’ puso un cohete en la banda derecha, Mateo, que se pegó a la cal e hizo un surco subiendo y bajando. Más problemas. Y tuvo que ser Saúl –que la temporada que viene jugará en el Racing– el que en jugada personal intimidase de nuevo a Lucas. En la guerra de estrategias, la Gimnástica ganaba terreno y aprovechaba el pasito atrás de un Rayo más vulnerable. A los quince minutos dio la impresión de que se cambiaron los cromos; el Rayo se abonó al contragolpe y la Gimnástica asumió más responsabilidad. Y con un poco más de empeño, Saúl forzó un penalti que Borja Camus no desaprovechó. El descaro de Saúl fue el sacacorchos de su equipo; el desatascador de un insuficiente planteamiento conservador que exigía un cambio inmediato.
No hay nada más eficaz que un gol para reflexionar. No hay quién pueda con una receta así. Y fue eso, el empate de Borja Camus, el que activó a Mateo García, que retiró del campo a Palazuelos y Prada para dar entrada a Luis Alberto y Salas, experiencia y músculo. A partir de ahí, su equipo empezó a respirar.
El último cuarto de hora los duelos como este se convierten en partidas de ajedrez. Cada oponente se piensa mil veces su movimiento porque se mete en la cabeza del adversario. Es ese tramo de partido en el que importa tanto lo que hace uno que lo que imagina que puede hacer el otro. Empatar, en función de cuándo, dónde y con quién siempre tiene una doble lectura. En la ajedrez, los campeones asumen casi como una derrota lo de firmar tablas. No asumen de buen grado eso de que el aspirante se le suba a las barbas. En boxeo, en cambio, si el combate acaba nulo es el campeón y favorito el que retiene el título. En fútbol, no hay nada escrito. A veces se da por bueno y en otras no sirve para nada. Este empate sirvió para todo: para repartir méritos, porque ninguno de los dos lo hizo tan mal como para perder y, por supuesto, para que los chavales del Rayo se fueran satisfechos –aunque no del todo– por su actuación. Y, claro está, para que la Gimnástica se metiese en la final del próximo sábado en la que junto al Laredo se jugará el salvoconducto a la Segunda B.
Y cuando todo parecía visto para sentencia., la Gimnástica tuvo tiempo para entrenar el sufrimiento. El Rayo quería ganar el partido y Álex con el tiempo añadido le perdonó la vida a los torrelaveguenses. Ojipláticos.
«Está acabado, está acabado…», se escuchaba en Sarón. El banquillo torrelaveguense alzaba la voz tratando de acelerar el reloj del colegiado. Y por fin, el fin.